La sialorrea – también conocida como hipersalivación o ptialismo – se define como la acumulación y salida excesiva de saliva más allá del margen de los labios​. En términos técnicos, implica una producción desproporcionada de saliva por las glándulas salivales o una incapacidad para retenerla y deglutirla adecuadamente, lo que resulta en un goteo constante o intermitente de saliva por la boca. Esta condición es normal en lactantes y bebés (durante la dentición, por ejemplo) pero, pasada la edad de aproximadamente 4 años, se considera patológica​. La sialorrea puede presentarse a cualquier edad y su duración varía según la causa subyacente: puede ser temporal (p. ej., en infecciones agudas o efectos farmacológicos) o crónica (p. ej., en trastornos neurológicos permanentes)​. Los sinónimos médicos incluyen babeo (coloquial) y ptialismo, aunque este último a veces se reserva para la hipersalivación activa.

En odontología moderna, la sialorrea reviste importancia por su impacto en la salud oral y la calidad de vida del paciente. Un exceso de saliva y babeo persistente no solo genera molestias sociales y psicológicas, sino que también puede complicar tratamientos dentales y la higiene oral diaria. El exceso de saliva en la cavidad oral puede predisponer a irritación de la piel perioral, infecciones cutáneas o candidiasis en comisuras, dificultar la articulación del habla y comprometer el uso de aparatos protésicos o ortodónticos. Por ello, los profesionales odontólogos – en colaboración con otros especialistas – abordan la sialorrea como un trastorno del aparato estomatognático que requiere un enfoque integral. En pacientes pediátricos con condiciones neurológicas o en adultos mayores con enfermedades degenerativas, el odontólogo forma parte del equipo multidisciplinario que evalúa y maneja la sialorrea para mejorar la deglución, proteger la vía aérea y facilitar procedimientos dentales seguros.

Componentes y características principales

La sialorrea puede analizarse según sus componentes fisiopatológicos y etiológicos. De forma general, ocurre por un desequilibrio entre la producción de saliva y la capacidad para controlarla dentro de la boca. Este desequilibrio puede originarse en cuatro categorías principales​:

  • Sialorrea funcional (neuromuscular o sensorial): Es la más frecuente. Se relaciona con disfunción neuromuscular en el control de la deglución y la musculatura orofacial, o con alteraciones sensoriales que reducen la percepción del exceso de saliva​. En estos casos, la producción de saliva puede ser normal o incluso reducida, pero el paciente no realiza tragados con la frecuencia suficiente o tiene dificultad muscular para contener la saliva​. Trastornos neurológicos del desarrollo, como parálisis cerebral infantil o ciertas discapacidades intelectuales, suelen provocar sialorrea funcional en niños. En adultos, la enfermedad de Parkinson es una causa funcional predominante, donde hasta un 80% de los pacientes presentan sialorrea por disminución del reflejo deglutorio más que por hipersecreción. También pueden contribuir a esta categoría la parálisis facial (debido a incompetencia labial por debilidad muscular) o secuelas de accidentes cerebrovasculares que afecten la coordinación de la deglución.
  • Sialorrea anatómica: Deriva de alteraciones estructurales de la boca o los órganos relacionados que dificultan el adecuado control de la saliva. Ejemplos incluyen macroglosia (lengua anormalmente grande), malformaciones craneofaciales, o incompetencia oral debida a mala oclusión dentaria o deformidades mandibulares​. Estas condiciones pueden impedir un sellado labial efectivo o una adecuada contención de saliva. Por ejemplo, una mandíbula muy retraída o la pérdida quirúrgica de parte del maxilar inferior (deformidad conocida como “Andy Gump”) deja a los pacientes sin soporte labial, facilitando el babeo. Si bien las anomalías anatómicas raramente causan sialorrea por sí solas, a menudo agravan la salivación excesiva cuando coexisten otras causas funcionales. Alteraciones dentomaxilofaciales tratables, como una severa maloclusión o ciertas formas de disfunción temporomandibular, pueden contribuir a la incompetencia oral y su corrección mediante ortodoncia o cirugía puede ayudar a reducir la sialorrea​.
  • Sialorrea neurológica o patológica sistémica: Aquí se incluyen enfermedades del sistema nervioso central o periférico que afectan los mecanismos de salivación y deglución. Además de las ya mencionadas (Parkinson, parálisis cerebral, lesiones posictus), otras condiciones neurológicas implicadas son la esclerosis lateral amiotrófica (ELA), en la que la debilidad progresiva de los músculos bulbares lleva a incapacidad de tragar saliva, y patologías neurodegenerativas como la esclerosis múltiple, trauma craneoencefálico o tumores cerebrales. Síndromes congénitos genéticos, como el síndrome de Down, suelen cursar con hipotonía orofacial y retraso madurativo de la coordinación motora oral, predisponiendo a babeo crónico desde la infancia. Estudios en niños con síndrome de Down relacionan la hipoplasia mediofacial y la hipotonía muscular típica de este síndrome con mayor prevalencia de sialorrea, ilustrando cómo las características anatómico-funcionales genéticas pueden contribuir al problema. Asimismo, enfermedades neuroinfecciosas (por ejemplo, la rabia) cursan clásicamente con ptialismo intenso. En el espectro de causas sistémicas también se incluyen patologías médicas como el reflujo gastroesofágico severo o la disfagia esofágica, en las que el paciente retiene saliva por dificultad para tragarla.
  • Sialorrea farmacológica o tóxica: Varios fármacos y sustancias pueden inducir hipersalivación como efecto adverso. Entre las medicaciones implicadas se hallan algunos tranquilizantes y antipsicóticos (por ejemplo, clozapina), anticonvulsivantes, agonistas colinérgicos y bloqueadores de acetilcolinesterasa. Estos últimos, usados en miastenia gravis o Alzheimer, aumentan la acetilcolina disponible y pueden estimular en exceso las glándulas salivales. Del mismo modo, la exposición a toxinas organofosforadas (pesticidas nerviosos) provoca síndrome colinérgico agudo con sialorrea profusa. Metales pesados como el mercurio o el plomo, en casos de intoxicación, también se han descrito como causas de ptialismo​. En la mayoría de los casos, la sialorrea farmacológica es reversible al retirar o ajustar la sustancia desencadenante.

Manifestaciones clínicas: La presentación típica de la sialorrea es el escape involuntario de saliva por la comisura labial, humedeciendo constantemente los labios y mentón, e incluso empapando la ropa en casos graves​. Los pacientes pueden referir necesidad de usar toallas o baberos, y en niños se observa frecuentemente irritación en el área peribucal y en el pecho. Otros signos asociados incluyen dificultad para articular palabras (el exceso de saliva interfiere con la fonación clara) y dificultades para masticar o deglutir alimentos sólidos si coexiste con alteraciones neuromusculares. En casos severos, especialmente de origen neurológico, la acumulación de saliva puede desencadenar episodios de atragantamiento o aspiración traqueal. La aspiración crónica de saliva conlleva riesgo de neumonías aspirativas – una complicación seria que en pacientes con Parkinson, por ejemplo, puede elevar la mortalidad hasta un 20%. Más allá de lo físico, la sialorrea provoca repercusión psicosocial: vergüenza, ansiedad en interacción social, aislamiento y afectación de la autoestima, tanto en niños (interfiriendo en la integración escolar) como en adultos. Los cuidadores y familiares también pueden verse afectados, refiriendo dificultad para brindar cuidado cotidiano y afecto físico debido a la constante humedad, lo que resalta el impacto en la calidad de vida global​.

Clasificación por gravedad: Clínicamente se suele graduar la sialorrea según su severidad y frecuencia, lo cual ayuda a planificar el tratamiento. Una escala clásica de severidad emplea cinco niveles basados en la extensión del babeo: 1) Seco (no babeo), 2) Leve (sólo labios húmedos), 3) Moderado (labios y mentón mojados), 4) Severo (ropa húmeda) y 5) Profuso (empapa ropa, manos u objetos)​. Complementariamente, la frecuencia puede calificarse de ocasional a constante (por ejemplo: 1 = nunca, 4 = constantemente)​. Estas escalas subjetivas, junto con la observación clínica, permiten objetivar la situación inicial y monitorear la respuesta a las intervenciones.

Principios biológicos y científicos fundamentales

La saliva es un fluido vital producido por las glándulas salivales mayores (parótidas, submandibulares y sublinguales) y cientos de glándulas menores distribuidas en la mucosa oral. En condiciones normales, un adulto secreta aproximadamente 1 a 1,5 litros de saliva al día. La producción basal proviene principalmente de las glándulas submandibulares y sublinguales, mientras que las parótidas aportan la mayor parte durante la estimulación (por ejemplo, al comer)​. Este volumen normalmente es manejado por mecanismos de deglución inconsciente: una persona traga saliva automáticamente varias veces por minuto, incluso sin darse cuenta, manteniendo la cavidad oral relativamente libre de exceso de líquido.

El control de la salivación es complejo y está regulado por el sistema nervioso autónomo. La inervación parasimpática – a través de fibras del nervio facial (VII) para las glándulas submandibular y sublingual, y del nervio glosofaríngeo (IX) para la parótida – estimula la secreción abundante de saliva acuosa​. Los centros salivatorios superiores en la médula oblonga (núcleo salivatorio superior e inferior) integran señales olfatorias, gustativas y cognitivas, modulando la respuesta secretora. La actividad simpática, por su parte, tiene un papel modulador: promueve la secreción de una saliva más espesa y la contracción de los conductos glandulares, pudiendo aumentar la viscosidad salival, pero en menor medida el volumen​. Bajo circunstancias normales, existe un balance preciso entre ambas ramas autónomas que mantiene la salivación adecuada para lubricar la boca, iniciar la digestión (gracias a enzimas como la amilasa) y proteger la mucosa oral con sustancias antimicrobiana.

En la fisiopatología de la sialorrea pueden intervenir dos mecanismos fundamentales: hipersecreción o disminución del aclaramiento de saliva. Tradicionalmente se pensaba que muchos pacientes neurológicos babeaban por una hiperactividad parasimpática y exceso de producción salival (un “desequilibrio autonómico”). Sin embargo, estudios en enfermedad de Parkinson y otros trastornos han demostrado que, paradójicamente, estos pacientes a menudo producen menos saliva que sujetos sanos​. En Parkinson, por ejemplo, la tasa de flujo salival basal suele estar reducida, y el problema radica en que el individuo deglute con mucha menor frecuencia debido a bradicinesia y alteración de la coordinación orofaringea​. Así, la saliva se acumula y termina desbordando de la boca. Este hallazgo ha llevado a entender la sialorrea en Parkinson (y en condiciones similares) principalmente como un síntoma de hipofunción motora oral y déficit sensorial, más que de una hipersalivación verdadera​. De modo semejante, en parálisis cerebral infantil la causa predominante es la disfunción neuromuscular orofacial: los niños tienen dificultad para coordinar su lengua, labios y faringe, presentando a menudo también disfagia asociada, lo que reduce el vaciado normal de saliva.

No obstante, también existen cuadros de genuina hipersalivación: ciertas intoxicaciones (organofosforados, venenos) o efectos farmacológicos colinérgicos producen una sobrestimulación de las glándulas salivales. Igualmente, procesos inflamatorios locales en la cavidad oral pueden inducir salivación refleja aumentada. Por ejemplo, la estomatitis, la enfermedad periodontal severa o úlceras orales activan reflejos trigeminales que elevan la secreción salival​. La dentición en bebés es un caso fisiológico de estimulación local que provoca babeo transitorio. El embarazo en mujeres puede cursar con hipersalivación (sialorrea gravídica), posiblemente vinculada a cambios hormonales o náuseas intensas. Además, ciertas enfermedades infecciosas sistémicas históricamente se asocian a ptialismo: la rabia, al afectar el sistema nervioso central, causa disfunción autonómica y dificultad para tragar (hidrofobia), llevando a acumulación de saliva espumosa; la sífilis o la tuberculosis en fases avanzadas fueron descritas con hipersalivación, quizás por compromiso neurológico o irritación faríngea crónica.

Desde el punto de vista científico, la sialorrea en distintos trastornos neurológicos ha sido objeto de investigación reciente. En la enfermedad de Parkinson, se ha documentado que los pacientes consideran la sialorrea como uno de los síntomas más discapacitantes de su enfermedad, afectando su vida diaria incluso más que algunos síntomas motores​. Investigaciones han confirmado la alta prevalencia de babeo en Parkinson avanzado y su correlación con el deterioro de la fase oral de la deglución​. En pacientes con esclerosis lateral amiotrófica (ELA), el manejo de la sialorrea es crítico conforme progresa la parálisis bulbar; estudios clínicos y revisiones sistemáticas (incluida una de Cochrane) han evaluado tratamientos como anticolinérgicos, toxina botulínica o radioterapia para controlar el exceso de saliva en ELA​. En parálisis cerebral infantil, múltiples ensayos clínicos han explorado terapias tanto conductuales como médicas; por ejemplo, un ensayo doble ciego demostró que las inyecciones de toxina botulínica en glándulas salivales lograron reducciones significativas en la puntuación de severidad de sialorrea en niños con parálisis cerebral, evidenciando la eficacia de este tratamiento mínimamente invasivo​. En niños con síndrome de Down, se estudian abordajes orofaciales especiales: debido a la hipotonía muscular, estos niños pueden beneficiarse de terapias miofuncionales intensivas y dispositivos intraorales (como las placas de Castillo-Morales, diseñadas para estimular la musculatura orofacial) que han mostrado cierta efectividad en reducir el babeo en esta población​. Todos estos esfuerzos de investigación reflejan una comprensión biológica cada vez mayor de la sialorrea: no es una entidad única, sino un síntoma multifactorial que emerge de la interacción entre la producción salival, la anatomía oral y el control neurológico de la deglución​.

Procedimientos clínicos asociados

El abordaje clínico de la sialorrea comienza con una evaluación integral del paciente. Dado que este trastorno puede tener orígenes diversos, el clínico – ya sea odontólogo, médico rehabilitador o neurólogo – debe realizar una historia detallada y examen físico enfocado en la cavidad oral y la función neuromuscular. Se evalúa la postura de la cabeza, el tono y movilidad de labios y lengua, la presencia de lesiones orales, la integridad dental y la oclusión. Es fundamental determinar si la causa predominante parece ser una sobreproducción de saliva o una dificultad para tragarla, ya que esto guiará las intervenciones.

Entre los métodos diagnósticos específicos, la sialometría permite cuantificar objetivamente la producción de saliva. Consiste en medir el volumen de saliva producido en un intervalo de tiempo (por ejemplo, en 5 minutos) en condiciones basales o bajo estimulación gustatoria. Valores significativamente elevados podrían indicar hipersecreción glandular, mientras que valores normales o bajos, junto a babeo clínico, apuntan a un problema de manejo oral (deglución insuficiente). No obstante, en la práctica clínica, la sialometría cuantitativa se reserva a veces para investigación, pues puede ser incómoda de realizar en ciertos pacientes (p. ej., niños con discapacidad). Más común es el uso de escalas clínicas subjetivas – como la escala de severidad y frecuencia antes descrita – y de cuestionarios de impacto en la calidad de vida. También se emplea la observación directa o videos de la interacción habitual del paciente para estimar cuántas veces por minuto deglute espontáneamente o cuán a menudo necesita limpiar la saliva.

Otro componente de la evaluación es el análisis funcional orofacial completo: pruebas de sensibilidad oral, reflejo nauseoso, fuerza de labios (se puede medir la presión de sellado labial), coordinación lingual, presencia de disfagia orofaríngea y estado de la dentición. Si se sospecha disfagia neurogénica, puede requerirse un estudio de deglución por videofluoroscopia para ver cómo el paciente gestiona líquidos y saliva en tiempo real. De igual modo, se investigan factores contribuyentes: por ejemplo, pruebas neurológicas para identificar signos de parálisis de nervios craneales (VII, IX, X, XII), evaluación de la función cognitiva (algunos pacientes con deterioro cognitivo simplemente no perciben o no reaccionan al babeo, por disminución de la conciencia oral), y revisión de la medicación actual del paciente para detectar fármacos sialagogos (estimulantes salivales).

Una vez caracterizada la sialorrea, el manejo clínico debe ser personalizado y escalonado, desde medidas conservadoras hasta intervenciones invasivas​. En primer lugar, se abordan causas corregibles (por ejemplo, tratar infecciones orales, ajustar medicamentos causantes, corregir una postura anómala de la cabeza). Las medidas conservadoras incluyen terapia miofuncional y cambios conductuales: un logopeda o terapeuta miofuncional puede trabajar ejercicios para mejorar el cierre labial, fortalecer la musculatura perioral y entrenar al paciente a tragar con mayor frecuencia​. Técnicas como la biorretroalimentación (biofeedback) se han utilizado para que pacientes conscientes aprendan a tragar cada cierto tiempo mediante señales auditivas o visuales. En niños, se emplean estrategias lúdicas para incrementar el control oral, como enseñarles a mantener un chupete modificado o sorber frecuentemente. También se ha descrito el uso de kinesiotape (vendaje neuromuscular elástico) aplicado en la musculatura facial como estímulo sensoriomotor para mejorar el tono labial​. Si existe una maloclusión o anomalía dental que contribuya, la derivación al ortodoncista puede ser parte del plan (por ejemplo, dispositivos que favorezcan la competencia labial). En casos de incompetencia oral por deformidades, se pueden confeccionar aparatos intraorales removibles llamados “appliances” para drooling (similares a retenedores) que ayudan a posicionar la lengua y estimular el cierre de la boca; el mencionado aparato de Castillo-Morales es un ejemplo de placa palatina con elementos para activar reflejos orales en niños con hipotonía.

Cuando las medidas posturales y terapias físicas no son suficientes, se consideran intervenciones farmacológicas. El objetivo médico es reducir la producción de saliva mediante fármacos anticolinérgicos, que bloquean la estimulación parasimpática de las glándulas. Los más usados incluyen glycopyrrolato (glucopirrolato) y escopolamina​. El glucopirrolato, administrado oralmente o en solución, ha mostrado eficacia en niños y adultos para disminuir la cantidad de babeo, aunque puede causar efectos secundarios como sequedad de boca excesiva, estreñimiento, visión borrosa o síntomas centrales (inquietud, somnolencia) dado que atraviesa mínimamente la barrera hematoencefálica. La escopolamina en parches transdérmicos (colocados detrás de la oreja) es otra opción: libera el fármaco de forma sostenida, útil en pacientes que requieren un control continuo; sin embargo, efectos como somnolencia, retención urinaria o confusión pueden limitar su uso, especialmente en ancianos. Otras medicaciones utilizadas son atropina en gotas sublinguales (bajas dosis pueden disminuir la saliva con menos efectos sistémicos) y ciertos agentes como toxina botulínica (aunque esta última se considera farmacológica en sentido amplio, se aplica por un procedimiento, por lo que merece mención aparte). Es importante señalar que los anticolinérgicos alivian la sialorrea reduciendo el flujo salival, pero no abordan el problema motor de base; por ello se emplean en combinación con la terapia de rehabilitación cuando ésta no basta por sí sola.

Una terapia mínimamente invasiva de uso creciente es la inyección de toxina botulínica tipo A en las glándulas salivales mayores (parótidas y/o submandibulares)​. Este procedimiento, guiado a veces por ecografía para mayor precisión, consiste en infiltrar pequeñas dosis de toxina en las glándulas, produciendo una quimiodenervación temporal de sus terminaciones colinérgicas. Como resultado, la secreción salival de esas glándulas disminuye notablemente durante algunos meses. Diversos estudios han comprobado que las inyecciones botulínicas son efectivas y seguras para controlar la sialorrea en pacientes neurológicos, incluyendo niños con parálisis cerebral y adultos con Parkinson​. La mejoría suele evidenciarse a la semana y dura un promedio de 3 a 6 meses, tras lo cual puede repetirse la aplicación. Los efectos secundarios son infrecuentes y generalmente leves: puede haber resequedad bucal intensa o, raramente, dificultad para masticar si la toxina difunde a músculos vecinos. La ventaja de la toxina botulínica es su acción más localizada y con menos efectos sistémicos que los anticolinérgicos orales​. Por ello, se ha convertido en una herramienta de primera línea para muchos especialistas antes de considerar cirugías.

En casos refractarios a todas las medidas anteriores, o cuando la sialorrea es muy severa y crónica (impactando gravemente la salud y vida del paciente), se valoran procedimientos quirúrgicos. Existen varias técnicas quirúrgicas con el objetivo de reducir la producción de saliva o redirigir su flujo hacia la garganta en vez de hacia la boca​. Las más comunes incluyen: resección de glándulas salivales (generalmente las submandibulares, a veces combinada con ligadura de conductos parotídeos) y ligadura o reubicación de conductos. La resección de las glándulas submandibulares disminuye aproximadamente el 70% del flujo salival basal, aliviando sustancialmente el babeo; se puede complementar con la ligadura de los conductos parotídeos (sin extirpar las parótidas) para que la saliva parotídea ya no drene hacia la boca. Alternativamente, en la técnica de reruteo ductal, los cirujanos oralistas o otorrinolaringólogos reimplantan los conductos de las glándulas (por ejemplo, desvían los conductos de Stenon de las parótidas hacia la orofaringe posterior) para que la saliva escurra directamente hacia la garganta donde se pueda tragar o aspirar con menor riesgo de babeo externo. Estas cirugías, aunque invasivas, suelen lograr mejoras dramáticas y permanentes en la calidad de vida de pacientes con sialorrea grave​. No obstante, conllevan riesgos: por ejemplo, resecar glándulas puede causar boca seca permanente o trastornar el gusto, y la cirugía de reruteo ductal puede generar estenosis de los conductos o infecciones glandulares. Por ello, se reservan para casos seleccionados, tras evaluar riesgo-beneficio. Otra opción paliativa en adultos que no toleran cirugía puede ser la radioterapia dirigida a glándulas salivales: una dosis baja de radiación ionizante aplicada a las parótidas puede reducir su función secretora de forma duradera​. Esta medida se ha usado en pacientes con ELA o patologías terminales donde la expectativa de vida es limitada, evitando cirugías, aunque su uso es poco común debido a los posibles efectos adversos de la radiación en tejidos vecinos.

Cabe enfatizar que el manejo óptimo de la sialorrea es multidisciplinario. Participan médicos de atención primaria, odontólogos, logopedas, terapeutas ocupacionales, neurólogos, gastroenterólogos (si hay reflujo asociado), otorrinolaringólogos y hasta nutricionistas (pues adaptar la dieta puede ayudar, evitando alimentos muy ácidos o picantes que estimulen saliva). Por ejemplo, un niño con parálisis cerebral y babeo puede recibir terapia de deglución con un logopeda, usar un dispositivo oral confeccionado por un odontopediatra, estar bajo medicación anticolinérgica supervisada por su pediatra, y eventualmente ser evaluado por un cirujano si requiere intervenciones mayores. Este enfoque coordinado asegura que se aborden todos los ángulos del problema – desde mejorar la función muscular oral hasta minimizar la producción de saliva – brindando al paciente la mejor oportunidad de alivio​. La educación a familiares y cuidadores también forma parte del proceso: se les instruye en técnicas de posicionamiento (mantener al individuo con la cabeza ligeramente elevada), en la importancia de estímulos orales frecuentes (recordar tragar, ejercicios), y en cuidados de la piel para evitar maceración por la saliva.

Avances e innovaciones actuales

La investigación en torno a la sialorrea continúa evolucionando, incorporando nuevas tecnologías y enfoques innovadores para mejorar su manejo. Uno de los campos en desarrollo es el de los dispositivos médicos portátiles y la inteligencia artificial aplicada al babeo. Por ejemplo, en el contexto de la enfermedad de Parkinson, se está evaluando un dispositivo wearable llamado CueBand, diseñado para monitorizar en tiempo real la presencia de saliva en la comisura labial y emitir señales o vibraciones que avisan al paciente cuando está babeando, recordándole que debe tragar​. Este tipo de sistemas combinan sensores de humedad o de postura con aplicaciones móviles, de modo que podrían cuantificar objetivamente la frecuencia de sialorrea a lo largo del día y a la vez servir como entrenamiento compensatorio. Un ensayo publicado en 2023 presentó el protocolo para probar este dispositivo en 300 pacientes con Parkinson, reflejando el interés en soluciones de telemedicina y autocontrol de síntomas mediante tecnología portátil​. Si tienen éxito, estos aparatos podrían integrarse a la vida diaria de los pacientes para gestionar de forma discreta y efectiva episodios de sialorrea.

Otra área de exploración es la neuroestimulación y neuromodulación. Sabemos que la estimulación eléctrica de ciertos nervios puede influir en funciones autonómicas y motoras. Se han investigado técnicas de estimulación neuromuscular eléctrica transcutánea en los músculos orofaciales y faríngeos (similares a las utilizadas en rehabilitación de la disfagia) para ver si aumentan la frecuencia de deglución y reducen la acumulación de saliva. Aunque los resultados iniciales son mixtos, se sigue estudiando la electroestimulación funcional como complemento a la terapia convencional en niños con trastornos neurológicos. Por otra parte, la estimulación cerebral profunda (Deep Brain Stimulation, DBS), empleada en Parkinson para síntomas motores, ha mostrado incidentalmente mejoras en la sialorrea en algunos pacientes, posiblemente debido a la mejoría global de la motricidad oral cuando el temblor y la bradicinesia disminuyen. Esto ha llevado a estudiar si ciertos ajustes de los electrodos de DBS (p. ej., estimulando circuitos específicos) podrían enfocarse en mejorar reflejos deglutorios. Si bien no existe aún un protocolo específico de DBS para sialorrea, es un ejemplo de cómo las terapias neurológicas avanzadas pueden repercutir positivamente sobre síntomas no motores como el babeo.

En cuanto a biotecnología y terapias farmacológicas emergentes, se investiga la posibilidad de tratamientos más selectivos y con menos efectos adversos que los anticolinérgicos tradicionales. Un área activa es la búsqueda de moléculas que actúen periféricamente sobre las glándulas salivales. Por ejemplo, se estudian antagonistas de receptores muscarínicos M3 diseñados para no atravesar la barrera hematoencefálica, con el fin de minimizar efectos centrales. También se han hecho pruebas con tratamientos locales novedosos: recientemente, se exploró la administración de radioterapia ultrahipotráctica (dosis muy bajas en una sola sesión) dirigida a las glándulas salivales en pacientes mayores, encontrando reducción significativa de la sialorrea con mínima toxicidad​. Otra línea experimental evalúa terapias génicas o moleculares en enfermedades neurológicas congénitas que cursan con babeo, con la idea de que al mejorar la condición de base, los síntomas asociados como la sialorrea también se reducirán. Por ejemplo, en distrofias musculares congénitas o atrofias espinales, los nuevos tratamientos genéticos que prolongan la vida podrían incluir como objetivo secundario la mejoría de la función bulbar y, por ende, del control salival.

En rehabilitación oral, se han introducido también componentes robóticos. Algunas clínicas especializadas emplean simuladores o dispositivos robóticos para entrenar la musculatura orofacial: pequeños aparatos que el paciente coloca en la boca y que generan resistencias o patrones de movimiento repetitivos para fortalecer la lengua y los labios. Asimismo, la impresión 3D ha facilitado la confección de aparatos intraorales personalizados para sialorrea: ahora es posible diseñar placas orales a medida, con elementos estimuladores táctiles específicos para cada paciente, optimizando la terapia miofuncional.

Finalmente, la inteligencia artificial (IA) y el análisis de datos masivos están incursionando en el estudio de la sialorrea. A través de algoritmos de machine learning, investigadores están analizando grandes conjuntos de datos clínicos para predecir qué pacientes tienen mayor riesgo de desarrollar sialorrea en enfermedades como Parkinson o ELA, o para evaluar la eficacia de combinaciones de tratamientos en distintas poblaciones. Por ejemplo, con IA se podrían correlacionar características faciales o patrones de habla en videos con la severidad de babeo, permitiendo diagnósticos más objetivos. Además, en el ámbito de la genética, se están empleando métodos de secuenciación para identificar si hay variantes genéticas que predisponen a un peor control deglutorio o a diferencias en la composición de la saliva que influyan en la sialorrea.

En síntesis, los avances actuales apuntan a una comprensión más profunda y un manejo más refinado de la sialorrea. Desde dispositivos inteligentes que ayudan al paciente en tiempo real, hasta terapias farmacológicas de próxima generación y enfoques multidisciplinarios apoyados en tecnología, el objetivo común es mitigar el impacto de la sialorrea con intervenciones efectivas y menos invasivas. La sialorrea, antes considerada un síntoma menor, hoy es reconocida como un desafío clínico importante en odontología y medicina; gracias a la investigación continua, se espera mejorar la calidad de vida de quienes la padecen mediante soluciones cada vez más sofisticadas y personalizadas.

Dr Ismael Cerezo Director Médico Grupo Cleardent
Director Médico
El Dr. Cerezo, director médico de Clínicas Cleardent, es reconocido por su compromiso con la excelencia en implantología y cirugía oral. Con una destacada experiencia internacional en técnicas avanzadas, lidera un equipo que ofrece tratamientos de vanguardia, priorizando la salud y satisfacción del paciente. Su formación en cirugía guiada, carga inmediata y regeneración ósea le permite ofrecer soluciones integrales y de alta calidad, posicionando a Cleardent como referente en el sector odontológico.

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