El quiste radicular (también conocido como quiste periapical o quiste apical) es un tipo de quiste odontogénico de origen inflamatorio que se desarrolla en torno a la raíz de un diente no vital. Se forma típicamente en el ápice radicular (extremo de la raíz) de un diente cuya pulpa dental está necrosada o gravemente infectada, como consecuencia de caries profundas no tratadas, traumatismos dentales o complicaciones pulpares avanzadas. Es una cavidad patológica revestida internamente por epitelio y llena de líquido o material semisólido, rodeada por una pared de tejido conjuntivo inflamado. Dentro de la patología oral, el quiste radicular reviste gran importancia por su frecuencia y potencial destructivo local: es el quiste odontogénico más común (representa aproximadamente un 60% de todos los quistes odontogénicos) y una de las lesiones periapicales crónicas más habituales en la práctica de la odontología contemporánea. Su relevancia radica en que suele ser la secuela de infecciones endodónticas crónicas; por tanto, conocerlo es esencial para el diagnóstico y tratamiento de procesos periapicales asociados a dientes con necrosis pulpar.

A diferencia de abscesos o flemones agudos, el quiste radicular suele tener un curso crónico y asintomático en sus etapas iniciales. Muchos se descubren de forma incidental en radiografías dentales de rutina, evidenciándose como una zona radiolúcida (oscura) alrededor de la punta de la raíz de un diente desvitalizado. No obstante, su presencia indica un proceso patológico activo: el organismo ha encapsulado la infección formando una cápsula quística. Si no se trata, puede crecer lentamente, reabsorber el hueso circundante e incluso desplazar estructuras vecinas. En la odontología actual, la identificación y manejo del quiste radicular son importantes tanto para salvar dientes mediante endodoncia como para prevenir complicaciones mayores, ya que en ocasiones un quiste sin tratar puede infectarse agudamente (provocando un absceso periapical doloroso) o alcanzar gran tamaño comprometiendo la integridad ósea. Por ello, aunque se considera una lesión benigna, su diagnóstico y tratamiento oportuno son fundamentales en el ámbito clínico.

Componentes y características principales

Estructura anatómica y ubicación

El quiste radicular se ubica en el hueso alveolar que rodea la raíz dental, generalmente alrededor del ápice del diente afectado. Anatómicamente, está ligado al ligamento periodontal del diente causal, del cual proviene su revestimiento epitelial. Presenta una cavidad central llena de líquido inflamatorio (rico en proteínas, restos celulares y a menudo cristales de colesterol producto de la descomposición celular) rodeada por una cápsula de tejido conectivo. Su pared interna está tapizada por epitelio escamoso estratificado no queratinizado, derivado de los restos epiteliales de Malassez (remanentes de la vaina radicular de Hertwig en el ligamento periodontal). Histológicamente, este epitelio suele ser delgado (uno a tres estratos celulares) y puede mostrar hiperplasia inflamatoria, con proyecciones o arcos epiteliales dentro de la luz quística. La cápsula de tejido conjuntivo muestra un infiltrado inflamatorio crónico abundante, compuesto por linfocitos, células plasmáticas y macrófagos, e incluso áreas de calcificación distrófica o células espumosas cargadas de colesterol en lesiones de larga evolución. En conjunto, estas características confirman que es un quiste “verdadero” (tiene un revestimiento epitelial definido) de naturaleza inflamatoria.

Presentación clínica y radiográfica

En tamaño, los quistes radiculares suelen medir desde unos pocos milímetros hasta 1 cm de diámetro en promedio, aunque pueden crecer más si persisten por años sin tratamiento. Radiográficamente se observan como una imagen radiolúcida bien delimitada, generalmente redonda u oval, alrededor de la raíz afectada. A menudo poseen un contorno radiopaco fino y definido (corticalizado) indicando una reacción ósea de delimitación. En casos avanzados, el quiste puede expandir las corticales óseas circundantes, provocar reabsorción radicular de los dientes adyacentes o desplazamiento de estructuras anatómicas (por ejemplo, el piso del seno maxilar en lesiones en molares superiores, o el canal del nervio dentario en mandíbula). Clínicamente, como se mencionó, la mayoría son asintomáticos; a la palpación puede notarse una ligera expansión ósea indolora si la lesión es grande. En ocasiones el paciente presenta una fístula en la encía (un conducto de drenaje) o leve molestia crónica. Cuando un quiste radicular se sobreinfecta agudamente, aparecen síntomas más evidentes: dolor, hinchazón gingival, sensibilidad a la percusión dental y eventualmente secreción purulenta, similar a un absceso dental agudo.

Clasificación

Dentro de los quistes radiculares y lesiones relacionadas se pueden distinguir varias formas según su localización y contexto:

  • Quiste radicular apical: es la presentación clásica, localizada en el ápice de la raíz de un diente no vital.
  • Quiste radicular lateral: se forma en el lateral de la raíz, asociado a un conducto lateral accesorio infectado o a la porción lateral del ápice. Aunque su ubicación difiere, histológica y etiológicamente es idéntico al quiste radicular apical, y simplemente indica que el origen inflamatorio provino de un canal accesorio lateral en lugar de la punta radicular.
  • Quiste residual: es un quiste radicular que persiste en el hueso después de la exodoncia (extracción) del diente causal. Ocurre cuando al extraer un diente con lesión periapical no se realiza un curetaje adecuado de la zona afectada, dejando restos quísticos que continúan su crecimiento en ausencia del diente original. El quiste residual suele detectarse como una radiolucidez en un sitio edéntulo (sin diente). Su histología es equivalente a la del quiste radicular apical.

Cabe mencionar que todos estos se engloban en la categoría de quistes odontogénicos inflamatorios, distinguiéndose de los quistes odontogénicos de desarrollo (como el quiste dentígero, quiste periodontal lateral de desarrollo, queratoquiste odontogénico, etc.), los cuales tienen orígenes distintos. El quiste radicular, en cualquiera de sus variantes, es benigno y de crecimiento lento, pero puede alcanzar tamaños considerables si no se trata. Es más frecuente en la edad adulta (entre la tercera y quinta décadas de vida) y suele asociarse más a dientes anteriores superiores (incisivos y caninos maxilares), según varias series clínicas. Esto podría relacionarse con la mayor prevalencia de traumatismos y caries en esos dientes, así como con la estructura ósea más esponjosa del hueso maxilar anterior que facilita la expansión de la lesión. No hay una predilección de sexo marcada – puede presentarse tanto en hombres como en mujeres – ni diferencias claras entre maxilar y mandíbula en incidencia global, aunque algunos estudios sugieren ligera mayor frecuencia en maxilar. En resumen, las características principales del quiste radicular incluyen su asociación con necrosis pulpar, localización periapical, revestimiento epitelial derivado de restos de Malassez, infiltrado inflamatorio crónico y comportamiento localmente destructivo pero confinado.

Principios biológicos y científicos fundamentales

El quiste radicular se forma como resultado de una serie de procesos fisiopatológicos desencadenados por la muerte pulpar y la infección crónica en el ápice dental. Fisiopatología básica: todo comienza con una periodontitis apical crónica, que es la inflamación persistente de los tejidos periapicales provocada por la infección bacteriana de la pulpa necrótica. Las bacterias y sus productos (toxinas, lipopolisacáridos) difunden más allá del foramen apical del diente y estimulan una reacción inflamatoria en el hueso y el ligamento periodontal adyacentes. En esta primera fase (fase de iniciación), el sistema inmunológico local responde con infiltración de células inflamatorias y liberación de mediadores químicos (citocinas proinflamatorias como interleucinas IL-1, IL-6, factor de necrosis tumoral TNF-α, prostaglandinas, entre otros). Estos mediadores inducen la osteólisis periapical (destrucción del hueso alrededor del ápice) al activar osteoclastos, creando el espacio inicial en el que la lesión puede expandirse. También estimulan la proliferación de los restos epiteliales de Malassez presentes en el periodonto. Dichos restos epiteliales (células remanentes del desarrollo radicular) normalmente permanecen inactivos, pero bajo el estímulo inflamatorio comienzan a dividirse y a invadir el tejido de granulación que se forma en el foco periapical.

En la segunda fase (formación del quiste), la masa de células epiteliales en proliferación empieza a organizarse en forma de cavidad. Se cree que factores como la hipoxia y la nutrición deficiente en el centro del conglomerado celular provocan necrosis o degeneración de las células centrales, originando un espacio hueco. Este espacio pronto se llena de fluido derivado del exudado inflamatorio circundante. La presión osmótica dentro de esta cavidad aumenta debido a las proteínas y productos de degradación presentes, atrayendo más líquido desde los tejidos vecinos al interior del quiste. De este modo, el quiste adquiere su componente líquido interno y comienza a expandirse. El epitelio periférico se dispone como una membrana que reviste la cavidad naciente, quedando ya constituido el quiste propiamente dicho. A partir de aquí, en la tercera fase (crecimiento o agrandamiento), la lesión quística puede expandirse gradualmente. La expansión está facilitada por la continua proliferación epitelial en la pared, la elevada presión hidrostática interna y la actividad sostenida de mediadores inflamatorios que mantienen la resorción ósea en la periferia del quiste. El resultado es un aumento lento pero progresivo del tamaño del quiste mientras persista el estímulo inflamatorio.

Un aspecto biológico importante es la distinción entre granuloma periapical y quiste radicular, dos posibles evoluciones de la periodontitis apical crónica. Ambos comienzan de forma similar (tejido inflamatorio crónico en el ápice), pero en el granuloma los restos epiteliales de Malassez no llegan a formar una cavidad revestida de epitelio, quedando la lesión como un tejido de granulación inflamatorio sólido (sin luz central). El granuloma periapical puede considerarse un precursor del quiste radicular: se estima que muchos quistes pasan por una fase inicial de granuloma antes de cavitarse. Sin embargo, no todos los granulomas se transforman en quistes; de hecho, una proporción de lesiones periapicales crónicas se resuelve como granulomas “estables” sin desarrollar cavidad. Los motivos de por qué algunas lesiones evolucionan a quiste y otras no no se conocen completamente. Investigaciones recientes sugieren que factores moleculares locales pueden influir, como niveles más altos de ciertos mediadores: por ejemplo, se han encontrado concentraciones elevadas de endotoxinas bacterianas y citoquinas proinflamatorias en fluidos de quistes radiculares comparados con otras lesiones, lo que indicaría una estimulación más intensa de la proliferación epitelial en aquellos casos. También se ha estudiado el rol de marcadores como el factor de crecimiento endotelial (VEGF) en la angiogénesis de la cápsula quística, o de señales RANK/RANKL en la activación de osteoclastos para la resorción ósea circundante.

Otra teoría debatida en la literatura es la de la autosustentabilidad del quiste radicular. Tradicionalmente, se ha diferenciado entre quistes “verdaderos” (completamente aislados del conducto radicular, sin comunicación con el diente) y quistes “de bolsillo” (aquellos cuyo lumen quístico mantiene una pequeña comunicación con el canal radicular infectado). Se planteaba que los quistes verdaderos, al estar aislados, podrían mantenerse y crecer incluso si se elimina la infección pulpar, debido a que su pared epitelial podría continuar segregando líquido y mediadores inflamatorios de manera autónoma. Por el contrario, en los quistes de bolsillo se asumía que al remover la infección del conducto (por ejemplo, con un tratamiento de endodoncia) la lesión perdería el estímulo y podría curar más fácilmente. Estudios actuales han revisado esta distinción y sugieren que ambos tipos de quiste dependen en gran medida de la presencia inicial de infección en el sistema de conductos y comparten un comportamiento inflamatorio similar, diferenciándose solo morfológicamente Int. J. Odontostomat.. En la práctica, esto se traduce en que incluso las lesiones quísticas voluminosas (que presumiblemente incluyen quistes verdaderos) pueden responder favorablemente a la eliminación del foco infeccioso endodóntico. A nivel biológico, una vez que se elimina la fuente constante de antígenos bacterianos (mediante la limpieza y sellado del conducto radicular), el quiste deja de recibir el impulso inflamatorio principal. Aunque la cavidad quística no desaparece instantáneamente, el equilibrio tiende a invertirse: los macrófagos y células inmunes comienzan a remodelar el tejido, el epitelio puede sufrir degeneración por falta de estímulo y la presión interna disminuye. Con el tiempo (meses a años), muchos quistes radiculares reducen su tamaño o se resuelven por completo al ser remplazados por tejido cicatricial fibroso o hueso regenerado, siempre y cuando la infección haya sido controlada.

En suma, los principios biológicos clave del quiste radicular incluyen: (a) su génesis ligada a la necrosis pulpar y la infección bacteriana crónica; (b) la participación crítica del sistema inmunitario e inflamatorio en la destrucción tisular y en la inducción de la proliferación epitelial; (c) la formación de una cavidad quística mediante mecanismos de degeneración celular central y presión osmótica; (d) la capacidad de expansión controlada por la actividad inflamatoria continua; y (e) la potencial capacidad de curación o regresión una vez eliminada la causa, gracias a los procesos reparativos naturales (deposición de nuevo hueso, regeneración periodontal) que pueden ocurrir tras el tratamiento adecuado. Estos fundamentos científicos han sido corroborados por numerosas investigaciones, y continúan siendo objeto de estudio para entender mejor por qué se producen distintas respuestas inflamatorias periapicales. Comprender estos mecanismos es esencial para mejorar las estrategias de tratamiento y pronóstico de estas lesiones.

Procedimientos clínicos asociados

Diagnóstico

La identificación de un quiste radicular combina la evaluación clínica, pruebas de vitalidad y técnicas de imagen. En la exploración clínica, un diente asociado a un posible quiste radicular suele dar respuesta negativa a las pruebas de vitalidad pulpar, lo que confirma la necrosis o pérdida de función de la pulpa. Puede haber una historia de caries profunda, tratamiento endodóntico fallido o trauma previo en ese diente. Al palpar, si el quiste es grande, podría notarse una expansión ósea dura e indolora en la zona; si está activo o infectado, podría palparse dolor o fluctuación (indicativa de contenido líquido). La radiografía periapical es la herramienta diagnóstica de primera línea: típicamente muestra una imagen radiolúcida redondeada u oval en el ápice radicular, con bordes bien delimitados y a menudo una fina cortical esclerosada periférica. Sin embargo, radiográficamente no es posible distinguir con total certeza un quiste radicular de otras lesiones periapicales crónicas (como el granuloma); el tamaño mayor de 1 cm y la presencia de bordes muy definidos sugieren un quiste, pero el diagnóstico diferencial radiológico no es concluyente sin examen histológico. Para una evaluación más detallada, especialmente en lesiones extensas o cercanas a estructuras importantes, se emplea la tomografía computarizada de haz cónico (CBCT). La CBCT ofrece una visión tridimensional del quiste, permitiendo medir su extensión exacta en altura, anchura y profundidad, evaluar la integridad de las corticales óseas y la relación con senos maxilares, fosas nasales o nervios, así como detectar posibles perforaciones radiculares o divisiones internas. Además, en la CBCT se observan mejor los límites reales del quiste y se puede planificar con más precisión el abordaje quirúrgico si es necesario.

El diagnóstico definitivo de un quiste radicular es histopatológico. Es decir, la confirmación absoluta de que la lesión periapical es un quiste (y no un granuloma u otro tipo de quiste no relacionado con el diente) se obtiene analizando la lesión al microscopio tras una biopsia o enucleación quirúrgica. El estudio histopatológico mostrará el revestimiento epitelial característico y la cápsula inflamatoria descritos anteriormente, confirmando la naturaleza del quiste. No obstante, en la práctica clínica cotidiana, muchas veces no se realiza biopsia si la lesión ha respondido al tratamiento endodóntico y ha sanado radiográficamente, dado que la mejoría clínica sugiere que probablemente era un quiste o granuloma que se resolvió. Por ello, la histología se reserva para casos quirúrgicos (cuando se extrae tejido durante una apicectomía o extracción) o cuando se sospecha alguna otra patología.

El diagnóstico diferencial de una radiolucidez periapical incluye: granuloma periapical (lesión más pequeña, también por necrosis pulpar, sin cavidad quística), absceso periapical crónico con tracto fistuloso, y lesiones de otro origen como el quiste periodontal lateral (de origen no pulpar, asociado a vitalidad dental), quiste nasopalatino (cuando está en la región anterior maxilar media), quistes odontogénicos del desarrollo e incluso algunas neoplasias odontogénicas benignas. Un aspecto clave es verificar la vitalidad del diente involucrado: si la pieza está vital y sana, la lesión radiolúcida apical no puede ser un quiste radicular, orientando hacia otro diagnóstico (por ejemplo, un quiste óseo traumático o lesión central de otro tipo). Por tanto, siempre se deben realizar pruebas de vitalidad a dientes adyacentes y correlacionar hallazgos clínicos con imagenológicos para un diagnóstico acertado.

Tratamiento

El abordaje del quiste radicular puede ser conservador (no quirúrgico) o quirúrgico, dependiendo del tamaño del quiste, su evolución y la respuesta al tratamiento inicial. El tratamiento de elección en la mayoría de casos es la terapia endodóntica convencional (tratamiento de conductos) del diente implicado. Dado que la causa primaria es la infección pulpar, la endodoncia busca eliminar el contenido necrótico y desinfectar el sistema de conductos radiculares, para sellarlo herméticamente y así remover el estímulo irritativo que sostiene la lesión periapical. Este procedimiento consiste en acceder al conducto del diente, retirar la pulpa necrosada, desinfectar con irrigantes (p. ej., hipoclorito de sodio) y dar forma al conducto, para luego obturarlo (rellenarlo) con materiales selladores biocompatibles. Una endodoncia bien realizada puede lograr la resolución espontánea de muchos quistes radiculares: tras semanas o meses, el organismo reabsorbe el quiste o lo reduce significativamente y comienza a regenerar hueso en la zona. Por ello, incluso en lesiones periapicales grandes, se suele intentar primero un tratamiento endodóntico y un seguimiento, antes de optar por cirugía. Se recomienda realizar controles radiográficos periódicos (a 3, 6 y 12 meses, luego anualmente) para verificar si la radiolucidez va disminuyendo de tamaño, lo que indicaría cicatrización. Mientras el paciente esté asintomático y la lesión reduzca, se puede continuar con manejo conservador. En algunos casos, se complementa la endodoncia con una descompresión del quiste: esta técnica mínimamente invasiva consiste en crear o mantener una pequeña abertura en el quiste (p. ej., insertando un drenaje temporal) para aliviar la presión interna y permitir que el quiste vaya reduciendo de tamaño. La descompresión está indicada en quistes muy grandes que podrían requerir cirugías extensas; al disminuir el volumen quístico gradualmente, el procedimiento quirúrgico posterior (si se realiza) es menos invasivo y con menor riesgo.

Si la lesión no disminuye tras un periodo de observación (por ejemplo 6–12 meses), o si el quiste es sintomático, muy extenso o está enclavado en un área de difícil acceso, se recurre al tratamiento quirúrgico. La cirugía más común es la cirugía periapical o apicectomía, que implica exponer quirúrgicamente la zona afectada, resecar el ápice de la raíz involucrada y enuclear el quiste (es decir, extraer todo el saco quístico y su contenido) de la cavidad ósea. Este procedimiento suele realizarse bajo anestesia local y con ayuda de técnicas microquirúrgicas modernas (uso de microscopio quirúrgico o lupas, y fresas o puntas ultrasónicas especiales) para minimizar el daño a tejidos sanos. Tras eliminar el quiste, se realiza un curetaje exhaustivo de los tejidos circundantes para eliminar restos inflamatorios, y se prepara y sella el extremo radicular cortado mediante un relleno retrógrado (a menudo con materiales biocompatibles como el MTA o cementos a base de biocerámica que promueven la cicatrización). Luego se reposiciona la encía y se sutura. La pieza dental tratada conserva así su porción radicular restante, ya libre de infección, y podrá seguir cumpliendo su función. En casos donde el diente afectado tiene mal pronóstico (por ejemplo, está muy destruido, tiene fracturas radiculares irreparables, o ya fracasó un intento de endodoncia y cirugía previas), entonces se opta por la extracción dental del diente involucrado, seguida de la enucleación del quiste a través del alveolo dental. Es fundamental limpiar bien la cavidad ósea tras la exodoncia para evitar que queden restos quísticos (previniendo así la formación de un quiste residual). Después de la cirugía, se envía el tejido removido al laboratorio de anatomía patológica para su análisis y confirmación diagnóstica.

Pronóstico y seguimiento

Con un tratamiento adecuado, el pronóstico del quiste radicular es muy favorable. La mayoría de lesiones pequeñas a moderadas se resuelven completamente con la endodoncia, presentando regeneración del hueso perdido en el plazo de 6 a 24 meses. Las lesiones que requieren cirugía también suelen curar bien, con mínimas posibilidades de recidiva si se eliminó todo el tejido quístico. El seguimiento clínico-radiográfico es indispensable: se realizan radiografías periapicales de control para monitorear la formación de hueso nuevo en la zona (la radiopacidad creciente en la imagen indica cicatrización). Un fracaso del tratamiento se sospecha si la lesión se mantiene del mismo tamaño o aumenta tras el tiempo prudencial, o si reaparecen síntomas. En tales casos, puede considerarse repetir la endodoncia (re-tratamiento endodóntico), realizar una cirugía si no se hizo antes, o en última instancia extraer el diente. Durante el proceso de curación, es normal que queden zonas de densidad ósea alterada: en ocasiones persiste una pequeña área radiolúcida residual que ya no contiene quiste sino tejido cicatricial (cicatriz apical fibrosa), la cual debe diferenciarse de una persistencia patológica. Por ello, la correlación con la ausencia de síntomas y la estabilidad o reducción del defecto es clave. En quistes muy extensos donde se ha perdido una porción significativa de hueso, puede ser necesario rellenar el defecto óseo tras la enucleación quirúrgica con injertos óseos o materiales osteoconductores, para facilitar la regeneración y mantener la estructura facial (esto se aborda más adelante en Avances e innovaciones). En cuanto a complicaciones, son raras: ocasionalmente un quiste radicular de larga data podría infectarse agudamente causando celulitis, o muy excepcionalmente, sufrir una transformación quística maligna (degeneración en carcinoma), aunque esto último es extremadamente inusual. En general, con las medidas terapéuticas actuales, los quistes radiculares pueden manejarse con éxito preservando, en muchos casos, el diente original y devolviendo la salud a los tejidos periapicales.

Avances e innovaciones actuales

Los abordajes diagnósticos y terapéuticos del quiste radicular han evolucionado con el avance de la tecnología y la investigación en endodoncia y cirugía oral. Uno de los campos destacados es el de la imagenología avanzada. Hoy en día, la tomografía computarizada de haz cónico (CBCT) se utiliza de manera rutinaria en casos complejos para evaluar lesiones periapicales en tres dimensiones, algo impensable décadas atrás. Este recurso permite detectar quistes radiculares incipientes, planificar cirugías con precisión milimétrica y diferenciar entre lesiones superpuestas. Asimismo, se están explorando técnicas de diagnóstico complementarias como la resonancia magnética de cabeza y cuello para caracterizar el contenido de lesiones quísticas sin necesidad de biopsia, aunque su uso aún no es común en odontología de rutina. En el terreno de la inteligencia artificial, investigaciones recientes han desarrollado algoritmos de aprendizaje profundo (deep learning) capaces de analizar radiografías panorámicas y periapicales para detectar automáticamente quistes radiculares con alta precisión, apoyando así el diagnóstico del clínico MDPI 2024. Estas herramientas de inteligencia artificial prometen agilizar el cribado de radiografías en búsqueda de lesiones periapicales y podrían estandarizar la interpretación radiológica, aunque todavía se encuentran en fases experimentales y de validación.

En cuanto al tratamiento, uno de los mayores avances ha sido en los materiales biocompatibles y biomateriales regenerativos. La introducción de selladores endodónticos y cementos de última generación, como los cementos de silicato de calcio (ej. MTA y Biodentine), ha mejorado la capacidad de sellado de los conductos radiculares y estimula la reparación de los tejidos periapicales. Estos materiales liberan iones cálcio y poseen propiedades bioactivas que favorecen la formación de tejido duro (cemento o hueso) en el ápice, ayudando a cerrar comunicaciones entre el conducto y el periápice. En el contexto quirúrgico, las técnicas modernas de microcirugía apical permiten abordar quistes radiculares con incisiones más pequeñas, menor trauma y mejor visibilidad. El uso del microscopio operatorio, instrumental microquirúrgico especializado y luces LED intensas ha incrementado el éxito de las apicectomías al asegurar una remoción más completa del tejido patológico y un sellado retrógrado de alta calidad. Además, se han incorporado métodos de navegación quirúrgica guiada por computadora: a partir de la información de un CBCT, es posible diseñar guías quirúrgicas impresas en 3D que ayudan al cirujano a acceder al ápice del diente de manera exacta, minimizando errores en la localización del quiste, especialmente útil en lesiones profundas o próximas a estructuras delicadas.

Otro campo en desarrollo es el de la regeneración tisular aplicada a defectos óseos periapicales. Después de la enucleación de un quiste grande, en lugar de dejar que la cavidad se rellene pasivamente de coágulo, hoy se emplean técnicas de regeneración ósea guiada (GBR). Consisten en rellenar el defecto con injertos óseos particulados (pueden ser autólogos del propio paciente, de banco de huesos, xenoinjertos de origen bovino, o sustitutos sintéticos de fosfato cálcico) combinados con la colocación de membranas reabsorbibles de colágeno que cubren la ventana ósea. Estas membranas crean un entorno confinado que evita la invasión de tejido blando y favorece que el hueso nuevo crezca ordenadamente dentro del defecto. Estudios recientes han documentado casos exitosos de quistes radiculares tratados con apicectomía y regeneración ósea guiada simultánea, logrando una restitución casi completa del hueso perdido en pocos meses. Asimismo, el uso de concentrados plaquetarios autólogos, como el plasma rico en plaquetas (PRP) o fibrina rica en plaquetas (PRF), se ha incorporado al arsenal terapéutico: al mezclar estos concentrados sanguíneos en el lecho quirúrgico o con el injerto óseo, se aporta una alta concentración de factores de crecimiento que aceleran la cicatrización ósea y de tejidos blandos. Estas terapias regenerativas, derivadas del campo de la implantología y periodoncia, ahora se aplican en endodoncia quirúrgica para mejorar los resultados en lesiones periapicales grandes.

Desde el punto de vista de la odontología conservadora y endodoncia, también hay innovaciones relevantes. En la instrumentación de conductos, la evolución de los sistemas rotatorios y reciprocantes de níquel-titanio ha permitido limpiar de forma más eficaz y segura incluso conductos radiculares curvos o calcificados, reduciendo el riesgo de dejar focos infecciosos que podrían perpetuar un quiste. Adicionalmente, las técnicas de irrigación activada (por ultrasonido o sistemas de presión/apresión controlada) logran una mejor descontaminación de los conductos laterales y del propio foramen apical, incrementando la tasa de éxito de la endodoncia en eliminar bacterias. También se han investigado aplicaciones de agentes farmacológicos adjuntos, como la colocación de medicamentos intraconducto de liberación prolongada (ej. pastas de hidróxido de calcio, que tienen efecto antimicrobial y favorecen la disolución de restos necróticos) entre sesiones de endodoncia para tratar infecciones periapicales extensas. Incluso se ha propuesto la inyección periapical de corticoides o otros moduladores de la inflamación para reducir más rápido el tamaño de lesiones quísticas, aunque estas no son prácticas de uso rutinario y requieren más evidencia.

En el horizonte futuro, destacan las terapias regenerativas pulpares, que buscan revivir la vitalidad del diente necrótico. Si bien actualmente un diente con quiste radicular se trata extirpando la pulpa muerta y sellando el conducto, existen investigaciones en ingeniería de tejidos intentando regenerar el tejido pulpar mediante células madre y andamiajes (scaffolds) biomiméticos. De lograrse una pulpa funcional post-tratamiento, el diente recuperaría vitalidad e inmunocompetencia, lo cual podría prevenir recurrencias de infección periapical. Esta línea de investigación todavía está en etapas clínicas iniciales enfocada principalmente en dientes inmaduros jóvenes, pero en el futuro podría traducirse en menos casos de necrosis pulpar y quistes. Por otro lado, se está profundizando en el entendimiento genético y microbiológico de los quistes radiculares: por ejemplo, identificando qué especies bacterianas específicas dominan en las lesiones quísticas (para diseñar tratamientos antibióticos más dirigidos) o estudiando si ciertas variantes genéticas del huésped predisponen a que una lesión periapical progrese a quiste.

En síntesis, los avances actuales en el manejo del quiste radicular combinan tecnología de diagnóstico (imágenes 3D, software de planificación, inteligencia artificial), mejoras materiales (nuevos selladores, biomateriales de relleno) y técnicas quirúrgicas refinadas (microcirugía, regeneración guiada). Todo ello redunda en tratamientos más conservadores, previsibles y con mejor recuperación para el paciente. La tendencia científica moderna es preservar el diente natural siempre que sea posible, abordando el quiste de forma integral: eliminando la infección, estimulando la regeneración del hueso perdido y monitorizando estrechamente la curación. Los protocolos actuales de asociaciones odontológicas internacionales (ADA, FDI, IADR, entre otras) enfatizan la importancia de la terapia endodóntica de calidad y el seguimiento a largo plazo. Cada vez más, procedimientos que antes se consideraban de última opción (como la cirugía) pasan a ser complementarios de un enfoque conservador inicial. Gracias a la investigación continua y a la innovación clínica, el pronóstico de los quistes radiculares hoy en día es excelente, y las herramientas disponibles permiten no solo tratar la patología sino también restaurar la salud y la función de los tejidos dentales y óseos afectados con un alto grado de éxito.

Dr Ismael Cerezo Director Médico Grupo Cleardent
Director Médico
El Dr. Cerezo, director médico de Clínicas Cleardent, es reconocido por su compromiso con la excelencia en implantología y cirugía oral. Con una destacada experiencia internacional en técnicas avanzadas, lidera un equipo que ofrece tratamientos de vanguardia, priorizando la salud y satisfacción del paciente. Su formación en cirugía guiada, carga inmediata y regeneración ósea le permite ofrecer soluciones integrales y de alta calidad, posicionando a Cleardent como referente en el sector odontológico.

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